CONSPIRANOICOS DE

LA TIERRA PLANA

Vivimos en una inmensa bañera rodeada de un muro de hielo que no deja desbordar el agua del mar.

La Tierra es plana. Y para demostrarlo, no hay más que propulsarse con un cohete de fabricación casera a medio kilómetro de altura y desde allí sacar una foto para constatar que no existe una curvatura en el horizonte. ¿Les parece una idea descabellada? A Mike Hughes no. Por eso hace tiempo que se popularizó anteponer un “Mad” –loco, en inglés– a su nombre.

Este estadounidense sexagenario, conductor de limusinas de profesión, está convencido de que la comunidad científica ha engañado a la humanidad diciendo que la Tierra tiene forma esférica. Y lleva años recaudando fondos para la construcción de su propio cohete. Después de varias misiones canceladas por dificultades técnicas o por la negativa de las autoridades a permitir el lanzamiento desde tierras de titularidad pública, el pasado 25 de marzo de 2018 por fin lo consiguió.

Lo de lanzarse, no lo de demostrar que la Tierra es plana –o con forma de frisbee, para ser más precisos–. Ese día, “Mad” Mike Hughes avanzó verticalmente a una velocidad de 563 km/h y alcanzó los 571 m de altura sobre el desierto de Mojave, en California, antes de desplegar su paracaídas. Sin embargo, continuó cayendo demasiado rápido y tuvo que hacer uso de uno extra para evitar un aterrizaje brusco. Cuando el equipo médico acudió en su ayuda, apenas se podía mover.

Que la Tierra es esférica lo sabemos desde hace más de dos mil años. Por eso resulta chocante, incluso cómico, que a día de hoy todavía existan, como en el caso de “Mad” Mike Hughes, firmes defensores de su planicidad. Y que cinco siglos después del fallecimiento de Cristóbal Colón perdure la leyenda –recogida, además, por algunos libros de texto– de que el descubrimiento de América permitió demostrar que la Tierra es redonda, para sorpresa de sus contemporáneos.

La esfera inmóvil

Es cierto que al principio de la Antigüedad clásica hubo filósofos que mantuvieron que la Tierra era plana y otros, en cambio, que era cilíndrica. Pero, a partir del siglo IV a. C., a casi nadie le quedaba duda acerca de su esfericidad. En esa etapa, la concepción de Aristóteles (384-322 a. C.) se convirtió en el paradigma tradicional. Para el pensador griego, nuestro planeta era una esfera inmóvil situada en el centro del cosmos, y los cuerpos celestes se desplazaban a su alrededor en perfectas y concéntricas esferas.Como resultado de sus observaciones, Aristóteles presentó varias pruebas empíricas que respaldaban su teoría. Apuntó, por ejemplo, que vemos estrellas diferentes en el horizonte en función de nuestra latitud. O que el cascarón de un barco desaparece de nuestra vista antes de que lo haga el mástil. Además, constató que hasta se puede observar la curvatura terrestre durante la fase parcial de los eclipses lunares.

Aproximadamente un siglo más tarde, a Eratóstenes (276-194 a. C.) no le hizo falta ningún tipo de tecnología para calcular la circunferencia de la Tierra con un escaso margen de error. Por referencias obtenidas de un papiro de la Biblioteca de Alejandría, de la que estaba al mando, el célebre matemático, astrónomo y geógrafo griego sabía que, en Siena (hoy Asuán, Egipto), el día del solsticio de verano los objetos verticales no proyectaban sombra alguna a mediodía.Y quiso saber si ocurría lo mismo en Alejandría. Para ello, clavó una vara en el suelo el mismo día y a la misma hora para medir el ángulo de su sombra. Después tomó como referencia la distancia estimada por las caravanas que comerciaban entre ambas ciudades. Y fue así como, utilizando sencillos cálculos de trigonometría, llegó a la conclusión de que la circunferencia de la Tierra era de 252.000 estadios, es decir, unos 40.000 km.

¿Gente en las antípodas?

Tanto los Padres de Iglesia como los primeros autores medievales aceptaron las bases filosóficas de la esfericidad del globo que habían presentado los griegos. La Biblia no contiene ninguna descripción clara sobre el aspecto físico y el tamaño de la Tierra, observó san Agustín de Hipona (354-430), por lo tanto, no había motivos para dudar de las evidencias aportadas por aquellos filósofos.

El gran pensador del cristianismo sí que participó en el debate acerca de la posible existencia de habitantes en las antípodas. Por entonces, se consideraba que la Tierra estaba dividida en zonas de clima en función de su distancia del Sol. Un clima frío en los polos norte y sur, un clima tórrido mortal cerca del ecuador y un clima suave entre este y los polos. En opinión de san Agustín, nadie podría haber cruzado la vastísima extensión del océano para establecerse en la zona del clima tórrido (antípodas). Además, la idea chocaría con la visión cristiana de una humanidad unificada.Anteriormente, el escritor latino Lactancio (245-325) había calificado la hipótesis de “locura”. “¿Existe alguien tan insensato como para creer que hay personas cuyas huellas están más altas que sus cabezas? ¿Que las simientes y los árboles crecen cabeza abajo?”, se preguntaba.

El monje inglés Beda (672-735), una de las grandes figuras de la Alta Edad Media –se le apodó “el Venerable” todavía en vida–, explicó la duración desigual de la luz del día por “la redondez de la Tierra, no sin razón llamada ‘el orbe del mundo’ en las páginas de las Escrituras Sagradas y la literatura ordinaria. Es, de hecho, como una esfera en mitad del universo entero”.

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